Silbando espero IV

. viernes, 29 de mayo de 2009

Cuesta mucho hablar de música: los gustos son personales y los criterios que acompañan al juicio propio no son siempre compatibles con las modas que dominan el mercado en su más amplio espectro. Aparte están algunos críticos, los especialistas del "buen gusto", esos que en gran medida se dejan guiar por la actualidad mercadotécnica, los conciertos a los que son invitados y su sabiduría de anteojeras.
Siempre que salgo de un espectáculo intento encontrar alguna crónica o crítica de verdad en los periódicos, un análisis que permita tomar la distancia justa o recordar la intensidad del momento. Pero esto sucede pocas veces: con el flamenco, con los toros, y para de contar.
Salir de un concierto con gente emocionada, y que no necesariamente comparte gustos, resulta esclarecedor. Tal es el caso de lo que sucedió el sábado pasado cuando nuestro protagonista hizo mutis por el foro.
Que Andrew Bird es uno de los grandes del pop del momento es evidente desde el mismo momento en que supera los límites taxonómicos.
Junto a su violín, su guitarra, su xilófono y sus diferentes cacharros que le permiten hacer loops y así representar al moderno hombre orquesta que es, aparece solo en escena para llenar cualquier oído medianamente sensible que tenga ante sí; la voz y el silbido se configuran como el cebo que su estilo lanza al público que, sin más opciones, se deja hipnotizar con una sonrisa de oreja a oreja.
Así sucedió en Madrid, como en otros lugares donde también pudimos comprobar que este músico integral no hace un concierto igual a otro.
Sin más que decir, les invito a volar con Andresito Pájaro.



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