La caravana

. martes, 15 de abril de 2008


Caminamos unos detrás de otros por las laderas del Fujiyama. La meta es ver amanecer. Ella va detrás de mí y no cesa en su empeño de llegar arriba. Estamos cansados pero tenemos un fin: llegar a la cima. Es noche cerrada y las linternas de los peregrinos iluminan levemente el camino. De pronto nos salimos del sendero y nos vemos envueltos por un bosque que nos protege del frío. Ahora no sabemos dónde vamos, no  hay gente a la que preguntar, hemos desaparecido de la vista de todos y casi no somos capaces de vislumbrar nuestras caras. Nos guían nuestras voces y el sonido de nuestros pies. Al cabo de un rato nos cruzamos con dos viejos que caminan en sentido contrario. Nos saludamos, pero nada más. Detenemos la marcha, quizás nos hayamos equivocado y estemos caminando hacia la nada. Quizás esa pareja huya de esa nada a la que todos nos vemos abocados. Damos la vuelta y en seguida volvemos a ver las luces de los caminantes. El camino es para todos el mismo y pisar la cima es el fin.

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